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Solo un ratito

Comenzar una relación con este mundo es bastante difícil, pero imagina esto con otro grado de dificultad. Uno de los primeros golpes de mi vida fue perder a mi madre a los meses de nacida. Aún no tenía conciencia de lo que pasaba a mi alrededor, ni qué iba a ser de mí luego de este suceso.


Todos podrían pensar «pues si se muere la madre aún tiene a su papá para salir adelante». En mi caso, luego de lo ocurrido con mi madre, mi padre cae en una fuerte depresión, y no sabía qué hacer conmigo. Gracias a Dios existía mi poderosísima abuela, madre de mi madre.


Luego de una plática con el susodicho no lo pensó dos veces y me dejó con mi abuelita, Milagros. Hasta el nombre tiene un halo celestial porque para mi vida ella ha sido mi milagro, ella me ha inculcado todo lo que sé, todo lo bueno y lo malo.


No sé cómo serán las demás, pero ella me ha inculcado creer en Dios, mi abuela es muy creyente, y para todo me ha enseñado que se tiene que agradecer, no solo pedir. Es un valor que se va aprendiendo durante la niñez, siempre hay que decir gracias y reconocer que nadie es más que nadie, que todos valemos igual.


He crecido con este pensamiento, pero todo ha sido un proceso de aprendizaje, pues recuerdo cuando mi abuela Milagros me llevó por primera vez a la iglesia, ya que ella asistía a misa y a un grupo de oración. Todos me trataban bien, unos se preocupaban por mí y me regalaban juguetes, ropa y hasta dulces.


Mi abuelita me dice Lí y mi nombre es Lía. Cuando tenía 8 años mi abuelita me llevó al cementerio en donde está mi mamá, ella pensaba en cómo explicarme lo que era la muerte, ya que yo era pequeña, pero quería que fuera consciente de lo que estaba pasando.


Me dijo «Lí, tu mamá está acá, ella no volverá…». Sabía que era algo duro, pero fue lo más honesta posible,


También dijo «Lí, tu mamá se fue amándote y aún te ama en donde sea que esté, no te olvides de ella, ya que ella vive en donde la recuerdan». Por eso guardo una foto de mi madre en mi mesita de noche.


Esa noche, cuando llegamos a casa, hizo mi comida favorita y me platicó que le gustaría que hiciera mi primera comunión. Me explicó que era la aceptación de Cristo en mi vida. Me dijo que lo reflexionara y ella aceptaría lo que decidiera. La verdad me hizo mucha ilusión porque era algo que a mi abuelita le gustaría, incluso tendríamos una reunión familiar.


Le platiqué mi decisión a mi abuela, ella me demostró su entusiasmo con una sonrisa y un abrazo que aún me envuelve de emoción. Me mandó hacer un vestido hermoso y me compró mis zapatos blancos, y mientras iba a recibir mis charlas mi abuela se quedaba trabajando con una vecina, ella no contaba con estudio, pero decía que tenía dos manos que Dios le había regalado para poder traer el sustento a casa, en casa solo éramos ella y yo, pero con nuestra compañía era más que suficiente.


Luego de recibir mis charlas llego el gran día. Siendo honesta me emocionaba recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Yo elegi a mi madrina y se llama Jesenia, ese día me hizo una coronita muy bonita que me puso en la cabeza, ella es mi vecina, es la mejor amiga de mi abuelita, siento que tomé la mejor decisión al elegirla.


Ese día fue maravilloso y especial, se estaba creando un vínculo con Dios padre, pero también estaba creando otro vínculo con mi abuelita. Ella ha sabido cómo instruirme con su sabiduría, en mejores manos no he podido crecer. Ese día también esperaba que llegara mi padre, pero no sucedió, honestamente me puse triste que no estuviera ahí conmigo, pero supongo que ya tendría que estar acostumbrada a su ausencia.


Mi abuelita me hizo una fiesta familiar, llegaron mis primos y unos amiguitos. Ese día también me di cuenta de que mis tías no respetaban a mi abuela como ella me había enseñado, ellas le gritaban y peleaban entre ellos, pues existía mucha envidia y creo que yo era una amenaza, ya que me podría quedar con las cosas de ella. Realmente, hasta ahora que lo pienso me estoy percatando de esto, mi abuela quiso disimular lo incómoda que se sentía.


Esa noche, mi abuela llegó a mi cuarto y me dijo que de ahora en adelante tenía que orarle a Dios y agradecerle por todo lo que me regalara en mis días, y así lo hicimos, ella me acompañó a orar, cuando terminamos se acostó un rato en mi cama y me abrazó, ella era muy cálida y cuando iba a retirarse le pedí solo otro ratito, me gustaba estar así, supongo que esperó a que me durmiera y se marchó a su habitación.


También recuerdo que soliamos salir de paseo con mi abuela y en uno de esos tantos paseos pasamos por una casa muy bonita y le pregunté:


«Abuela, ¿quién vive ahí?», me dijo, «Las hermanitas de la caridad». Y me dio más curiosidad, así que le pedí que diéramos un vistazo. Cuando entré me sorprendí al ver la imagen de Santa María del Corazón de Jesús, estando dentro le pregunté a una Hermanita si se podía estudiar ahí y me respondió que sí, y le dije a la abuelita, «yo quiero estudiar aquí».


Cursé en el Colegio Montesclaros lo que me faltaba de primaria. También terminé mis básicos y comencé el bachillerato, pero me enfermé de pulmonía y por eso mi abuela decidió mandarme a vivir con unos amigos, donde lastimosamente los señores no me dejaron seguir estudiando como debía, porque me ponían hacer los oficios domésticos, la verdad sufrí mucho lejos de ella.


Cuando sentí que ya no podía aguantar más sus exigencias, decidí llamarle a mi abuela para que me mandara a traer y así lo hizo, tristemente perdí ese año de estudio. Regresé a vivir con ella para no dejar de aprender, decidí ir de oyente a una escuela pública. Siendo honesta lamenté mucho haber perdido el año de estudio, pero la vida tiene que continuar.



Desde que me fui de casa de la abuela he perdido mi comunicación con Dios, pero ahora que he regresado, oramos juntas antes de dormir, extrañaba hacer eso con ella, nuestra relación seguía intacta y eso me reconfortaba y como lo hacía cuando estaba pequeña ella se recostaba conmigo y le pedía que se quedara solo un ratito más, ella lo seguía haciendo igual.


Al año siguiente retomé mis estudios, me gradué de Bachiller en Diseño Gráfico. Agradezco a sor Francisca, quien me acompañó en mi formación dándome de su sabiduría. Las hermanitas eran muy estrictas, salíamos una vez al mes y nos aceptaban visitas cada quince días.


Ella también estaba acostumbrada a verme todos los días. No puedo imaginar lo que sufrió al no poder verme, eso sí, ella nunca faltó a los días de visita, o cuando me tocaba salir. Y así transcurrieron los años de mi vida.


Mi abuela es un ángel, alguien que Dios se encargó de poner en mi vida. Ella pasó mil penas en el transcurso de mis etapas de crecimiento, pero lo que nunca me faltó fue su amor, ella es la familia que nunca tuve, por eso quiero estar en sus últimos días para darle amor y servirle cuando lo necesite.


Milagros es una abuela muy particular. Le gusta ponerse sus zapatos rotos, no porque no tenga otros, sino porque los desgastados son más cómodos. Lleva su vestido que le gusta llamar «el de la foto», no porque no tenga otro, sino porque qué pereza elegir uno diferente. Y lleva el pelo despeinado no porque no tenga peine, sino porque con todo lo interesante que brinda la vida con las brisas de un año nuevo, ¿quién quiere perder el tiempo peinándose? Eso sí, es experta en refunfuñar y sonríe por cosas poco usuales.


Ahora es mi turno de cuidarla, no olvido todo lo que aprendí a su lado y gracias a eso soy la persona que soy. Actualmente estoy a punto de jubilarme, este triunfo no es más que gracias a ella, por eso le he dedicado el tiempo que he tenido libre y ya con la jubilación le dedicaré el cien por ciento de mí, pues ella se merece las estrellas del cielo y no estoy ni cerca de dárselas, pero lo intentaré. Seguimos orando en las noches juntas antes de irnos a dormir, agradeciéndole a Dios por un día más, pero ahora soy yo la que la acompaña en su habitación antes de dormir, nos abrazamos en la cama y me pide lo que le pedía de pequeña «quédate solo un ratito». Espero a que se quede dormida y me voy a mi habitación.


Es realmente sorprendente cómo los roles se han intercambiado, y, pensando en muchas cosas, me da miedo el día que me llegue a faltar. Ella me enseñó lo que es el respeto, me enseñó a defender mis derechos y a respetar los de los demás, ella no ha cambiado, ella sigue siendo imparable y me pide que la deje ser.


Ella sigue llevando su vida como siempre, un poco más lento, pero es aprender a caminar a su ritmo; claro, me desespero. Hay días que siento que no puedo, pero reflexiono en los días que ella me ayudó de pequeña y nunca me dio un mal trato. Ella, cuando se desesperaba me besaba con amor y me lo volvía a explicar y ahora hago exactamente lo mismo. Ahora entiendo la importancia del respeto que ella me ha inculcado desde niña, todos merecemos el mejor de los tratos porque somos personas, porque todos hemos vivido circunstancias difíciles. En esta vida nadie se salva, pero espero todos encuentren su milagro.



– FIN –



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